Por Germán Acosta Cervantes, Traductor al Español de Temblor
Hace dos días me encontraba trabajando en mi oficina, dentro de un edificio en Avenida Insurgentes, unas de las principales avenidas que cruza a lo largo de gran parte de la capital de mi país. Edificios de doce pisos o más son algo común en esta avenida. Era el 19 de septiembre, el 32do aniversario del trágico e inolvidable terremoto de 1985, el cual dejó a la Ciudad de México en ruinas y donde perecieron miles. Como yo nací en 1987 y crecí en un estado al norte de México, en una pequeña ciudad sin actividad sísmica relevante, para mí, el temblor de 1985 no es más que historia y relatos del pasado. Son las once de la mañana, la alarma sísmica resonó a través de la ciudad. Como es costumbre, la Ciudad de México rinde homenaje a aquellos que perdieron su vida en 1985 participando en un simulacro de evacuación en caso de terremoto, como un día de memoria. Todos estábamos conversando y conviviendo. Los simulacros son algo casi cotidiano en la metrópolis y gran parte de la gente que vive aquí está, hasta cierto punto, acostumbrada a experimentar pequeños sismos. Además, el sistema de alerta temprana puede dar en ocasiones hasta decenas de segundos para trasladarse a un lugar seguro de manera tranquila. La mayoría de las veces, uno siquiera siente ningún movimiento.
Sin previo aviso
Dos horas después, no sonó la alarma. Estaba traduciendo un documento en mi computadora y bromeaba acerca de alguna cosa sin importancia con una compañera traductora. Entonces, comencé a sentir una fuerte agitación debajo de mis pies, arriba y abajo, rápida y repetidamente. Volteé a mi izquierda para ver a mi amiga, nuestras cejas se levantaron mientras nos veíamos el uno a la otra y, en unísono, dijimos “¡este es uno fuerte, de verdad!”.
La gente en la oficina reaccionó con prontitud levantándose y, encontrándonos en el primer piso, nos apresuramos hacia abajo por las escaleras, incluso las escaleras y el edificio se sacudían fuerte. Probablemente, después de 10 segundos, la alarma sísmica se activó y la gente de pisos superiores bajaban detrás nuestro. Se podía escuchar a la gente gritando y todos corrían debido a que el temblor era fuerte y aterrador. Cuando llegué a la calle me sentí aliviado. Me volteé y observé a varias personas de los edificios vecinos que ya estaban saliendo, en pánico. Volví a ver el edificio donde trabajo y escuché sonidos de crujidos y gritos. Del edificio justo a un lado del mío venía una multitud de gente para evacuar cuando, de repente, cayeron escombros de la parte superior del edificio en la salida, así como pedazos de ventanas rotas. Las primeras personas que salieron esquivaron los escombros por pura suerte y gritaron. Aquellos que todavía no habían salido intentaron detener la multitud de gente detrás de ellos, mientras escombros y cristales resquebrajados seguían cayendo.
Unos segundos después, todos lograron salir y estar seguros, mientras que el suelo seguía agitándose fuertemente. Tal vez sólo habían transcurrido 20 segundos y apenas me di cuenta de que había caos alrededor mío. Miles de personas ya se encontraban en medio de la calle, el único lugar seguro en un paisaje de altas torres de cristal. La gente de mi trabajo se reunió en un parque justo al frente de la oficina y todos parecían estar ilesos, asustados, pero vivos, algunas personas llorando. La primera cosa que pensé fue llamar a mi familia y amigos cercanos, pero no había disponible servicio telefónico, ni internet ni ninguna otra forma de comunicación. Aproximadamente 15 minutos después logré contactar a mi familia a través de WhatsApp y también con amigos cercanos de México y de otros países. Les mencioné que estaba seguro y también confirmé la seguridad de todos aquellos en quien podía pensar viven en la Ciudad de México. Media hora después, se nos pidió a todos regresar a nuestras casas. Mientras caminaba por la ciudad, al lado de multitudes de gente, me di cuenta que muchos edificios y personas se encontraban sacudidos e impactados; a la distancia comenzaban a hacer eco sirenas de ambulancias.
Suerte
Como probablemente hayan visto en las noticias, algunas personas no fueron tan afortunadas. Sin embargo, por donde quiera se ve solidaridad y ayuda y persiste la esperanza. Se han hecho y siguen haciendo esfuerzos exhaustivos por numerosas personas en toda la ciudad y el país. Los mexicanos han demostrado una solidaridad como aquella que se vio décadas atrás después del trágico terremoto de 1985. El gobierno y organizaciones locales, equipos de rescate especializados y otros profesionales enviados por otros países se encuentran colaborando en una serie de operaciones de rescate importantes. Algunas son delicadas y requieren precisión, otras requieren más músculo, ya sea ayudando a las autoridades realizando misiones de rescate, ayudando a remover escombros en búsqueda de gente enterrada debajo de edificios que colapsaron o, simplemente, compartiendo información en las redes sociales.
Universidades, compañías y la sociedad civil también formaron redes para proporcionar espacios y provisiones como alimentos, ropas y equipo para primeros auxilios. Las redes sociales también han jugado un papel importante en la organización de los esfuerzos de rescate ayudando a identificar las ubicaciones de gente perdida, edificios dañados o que colapsaron e incendios ocasionados por fugas de gas. Desafortunadamente, personas, incluidos niños, han fallecido y hay varias personas más lesionadas o que han quedado sin un hogar al cual regresar y descansar. A pesar de que varios edificios no han caído, se encuentran en malas condiciones y, por lo tanto, en peligro de derrumbarse los siguientes días. Sin embargo, darse por vencidos en una situación así no es una opción, y familias y amigos aún se aferran a la esperanza de encontrar sobrevivientes, mientras que otros ofrecen sus casas en caso de que los albergues no sean suficiente.
Empatía
Finalmente, como biólogo, me gustaría compartir un pensamiento acerca de esta experiencia, y es que logro discernir una pequeña vela de esperanza que nuestra especie aún posee, y no me refiero específicamente a sobrevivir, sino a la empatía, la cual creo es la fuerza subyacente que nos impulsado a ayudarnos unos a otros y a florecer como civilización.